miércoles, 13 de agosto de 2014

Armas letales

El humo de un café que hierve en una taza de cerámica, baila y juega con el del cigarro que has dejado consumirse solo en un cenicero que está tan quemado como tu alma, con un dibujo en el fondo que se esconde tras unas cenizas que le ganan la batalla a los litros de lejía y siguen luchando por permanecer ahi; nublando el dibujo, recordándote lo nublada que está tu particular montaña rusa llamada "Vida".
Levantas la mirada, y también ese arma paulatinamente letal del cenicero. Lo pones entre tus labios y suspiras, inhalando el mismo humo que antes se divertía con el del café. En cuestión de segundos sientes el cosquilleo por la garganta, luego la sensación de que estás viajando en el tiempo, y cuando crees que es hora de volver para enfrentarte a la cruda realidad, exhalas de tu cuerpo ese billete de ida y, casi con violencia, lo aplastas contra ese cenicero que, aun siendo inerte, parece estar más vivo que tú. 
Coges tu maletín y te diriges a pasar las horas frente a un ordenador en esa oficina oscura, lúgubre y contagiada con el virus de tu negligencia en la que no dejas entrar a nadie, y donde haces ese tipo de cosas que lo único que te llenan son los bolsillos a fin de mes.

lunes, 12 de mayo de 2014

Rutina

Abres los ojos porque hasta el sueño te ha abandonado y la inercia te lleva a estirar el brazo buscando a alguien que llene el hueco de su ausencia en el lado izquierdo de la cama, sin éxito; como cada mañana. Exhalas el aire que mantenía tu esperanza, a modo de suspiro. La culpabilidad y la nostalgia se convierten en plomo sobre tus párpados y tus ojos se vuelven a cerrar. 
La rutina te obliga a levantarte y ponerte la camisa azul y los pantalones chinos. Un poco de agua que ordene la guerra civil de tu cabello y un café que deja su marca en un periódico del día anterior al levantar la taza.
Si solo fuera el café lo que deja marca... ¿Verdad?
Bajas por el ascensor y se para en el piso de abajo, a petición de la hija de tus vecinos que sube preparada para ir al instituto, buscas un poco de simpatía, le sonríes y te quedas observando su reflejo adolescente en el espejo, que te traslada al primer día que te fugaste, que la conociste, que te conociste, que perdiste la cabeza. Lo primero que te impactó fue cómo la sentías con tus dedos al tocarla. Se fue antes si quiera de que pudieras verla, y con solo un día te sentiste enganchado a ella, a su olor que nadie percibía, a su sabor, al efecto que tenía en ti...

-"¿Qué miras?"

Vuelves al mundo real y pasas a mirarte a ti, que ahora vistes de traje para poder pagar el alquiler de ese piso en el que tantas veces la habías visto bailar.

martes, 29 de abril de 2014

Marcas

Las cicatrices no sanan, tampoco queda maquillaje en el bote para disimular los golpes, ni dinero en tu bolsillo para renovarlo, ni paciencia en tu ser para seguir soportándolo, ni vida en tu rostro para ocultarlo.
Preparas la comida con ese ingrediente secreto llamado amor y se oye la cerradura de la puerta girar dos veces, el tintineo inconfundible de unas llaves que previamente han rozado tu cara.
Tu ceño se frunce, tu corazón se acelera y revisas rápidamente que no hayas cometido ningún error, motivo del enfado de esa bestia cuyas garras te han marcado tantas veces. A tu parecer todo está bien, confías en que hoy sea un día tranquilo, a pesar de que haya pasado tanto tiempo desde la última vez que el sosiego reinó en ese castillo en el que la falta de valor te mantiene encerrada.

Ya se acerca a la cocina y a medida que avanza tu nerviosismo aumenta. Estúpida, ¿no vas a aprender nunca? ¿Cómo has podido olvidarte de ir a recibir a tu marido? Te sientes inútil, compungida por no haber recordado aquella vez en la que olvidarte de eso supuso la bregadura que hay en el sur de tu espalda. Pero esta vez te va a costar más caro que una simple señal. Más vale que hayas apagado el fuego que cuece el bróculi que humea desde la olla, porque bastante tienes con el que ha empezado en casa. Tus gritos pidiendo auxilio son en vano, tu rostro se va consumiendo entre las llamas de la habitación y el terror se refleja en las ventanas de esa prisión infernal que un día fue tu hogar. La bestia ya se ha ido y a ti te invade la paz. Toda tu pena se convierte en ceniza junto con las paredes que tanto han visto.
Y en tu último aliento, te das las gracias por haberte olvidado de recibir a los ojos de la ira y por haber terminado con el sufrimiento que se volvió rutina hace algún tiempo...

viernes, 11 de abril de 2014

Tiempo

Como un niño cuando descubre el poder que tiene un llanto, el tiempo se va volviendo caprichoso. La diferencia es que al tiempo no hay quien le enseñe.
Cuanto más deseas que acelere en su camino, más lentos pasan los segundos, y viceversa.
Así es él; siempre hace lo que quiere, pero nunca lo que quieres.
Un día te miras al espejo sin conocer todavía la palabra reflejo y, al día siguiente, cuando estás cansado de oírla y hasta de verla, te han salido tantas arrugas que casi no logras reconocerte, y entonces tratas de pedirle al tiempo que retroceda echándote ingentes cantidades de cremas de todas las marcas. Lo que no te paras a pensar o de lo que no quieres convencerte es de que no vas a conseguir volver a aquel momento en el que no podías parar y tu risa estaba acompañada de esas humildes patas de gallo en las comisuras de tus ojos. Ni a aquel otro en el que te enfadaste tanto que tu enfado se veía evidente en las arrugas de tu frente. Y mucho menos a ese día en el que te dieron tal disgusto que tu boca no era capaz de ahogar los sollozos, pero tú no cesabas en intentar cerrarla, aunque fue en vano, y hoy maldices no haber podido conseguirlo. 
Cuando te paras a pensar en todo el tiempo que has perdido hasta el día de hoy solo te enfrentas a dos opciones; una de ellas es mantenerte cabizbajo y arrepentido, la otra es seguir aprovechando todo lo que te depare el tiempo. Lo que has de tener claro es que el tiempo sigue, sin compasión, y ninguno de los momentos que te brinde volverán a repetirse. 

domingo, 23 de marzo de 2014

Soy

Soy la canción desesperada de Neruda. Soy un poema revolucionario intentando sonar como uno de amor. Soy Dafne huyendo de Apolo. Soy un mar enfurecido que indica alerta roja. Soy el pulgar de un fumador, desgastado de tanto rozar la piedra del mechero. Soy los ojos de una mujer maltratada, hinchados de tanto llorar. Soy el bombín de Sabina, que tantas veces le ha salvado sus pocas ganas de peinarse. Soy la cremallera del pantalón de traje de un ejecutivo importante, que tantas mujeres distintas han bajado. Soy la suela de los zapatos favoritos de un niño. Soy, del verbo ojalá. 
Ya van a marcar las 7 en mi despertador mental y a punto están de llegar los basureros de Madrid, a barrerme los pies como si fuera una hoja que, con la llegada del otoño, se ha cansado de estar siempre pegada al mismo árbol; a llamarme "Señor", como si aún tuviera el aspecto de una persona; a decirme -aunque ya lo sé- que aquí no puedo dormir, como si hubiera querido yo elegir este rincón de la calle para vivir, como si me gustara el frío de la intemperie. Soy la desolación de quien se ve obligado a cederle su casa al banco. Soy aquel que se vio obligado a cederle su casa al banco.

miércoles, 8 de enero de 2014

Mi corazón

A mi corazón se le ha agotado el tiempo de espera. Se ha cansado de tener que  andar evitando las dos palabras mágicas pero prohibidas. Se ha cansado de taparse la boca cada vez que le entran ganas de gritarlas a los cuatro vientos. Se ha cansado de tener miedo a espantarte por decir algo inesperado o para lo que no te sintieras preparado. Se ha cansado de tener que atar y controlar a Diástole y Sístole cada vez que te acercas por si acaso te asustas al oírles y les hieres como ya lo habían hecho antes. Se ha cansado de tener que latir solo una vez por segundo al verte sonreír. Se ha cansado de que le ordene que se relaje antes de besarte. Se ha cansado de morirse de ganas por besarte él. Se ha cansado de tener que conformarse con sentirte. Se ha cansado de estar frustrado constantemente porque soy yo quien puede verte, y no él. Se ha cansado de tener que imaginarte por fuera, además de por dentro. Se ha cansado de no poder pedirte que duermas con el, que le arropes en invierno, que le cantes canciones como a mí, que le estrujes los mofletes como a mí y que le cuentes todo lo que sabes como a mí. Se ha cansado y se ha ido. A otro cuerpo, supongo. Y no puedo enfadarme con él porque le entiendo. Porque yo me habría cansado en el momento de no poder besarte...