miércoles, 13 de agosto de 2014

Armas letales

El humo de un café que hierve en una taza de cerámica, baila y juega con el del cigarro que has dejado consumirse solo en un cenicero que está tan quemado como tu alma, con un dibujo en el fondo que se esconde tras unas cenizas que le ganan la batalla a los litros de lejía y siguen luchando por permanecer ahi; nublando el dibujo, recordándote lo nublada que está tu particular montaña rusa llamada "Vida".
Levantas la mirada, y también ese arma paulatinamente letal del cenicero. Lo pones entre tus labios y suspiras, inhalando el mismo humo que antes se divertía con el del café. En cuestión de segundos sientes el cosquilleo por la garganta, luego la sensación de que estás viajando en el tiempo, y cuando crees que es hora de volver para enfrentarte a la cruda realidad, exhalas de tu cuerpo ese billete de ida y, casi con violencia, lo aplastas contra ese cenicero que, aun siendo inerte, parece estar más vivo que tú. 
Coges tu maletín y te diriges a pasar las horas frente a un ordenador en esa oficina oscura, lúgubre y contagiada con el virus de tu negligencia en la que no dejas entrar a nadie, y donde haces ese tipo de cosas que lo único que te llenan son los bolsillos a fin de mes.