En busca de una brisa pasajera,
Y en su lugar
Me ha sorprendido una tempestad
A la que llaman realidad.
Se ha sentado en mi sofá
Y parece tener ganas de hablar.
Me dice que el dolor
Siempre es mayor
Cuando no tenemos a quien culpar.
Yo la miro de frente;
Ahora está dentro de mí,
Y me hace cosquillas en las heridas.
Exhalo un suspiro contenido,
Y ella sonríe.
Con la mirada de quien sabe que no se equivoca.
Está jugando conmigo;
Quiere empezar un duelo
Con los ojos como arma.
Yo cierro sus puertas,
Que son mis ventanas,
Y por un momento,
Me parece buena idea.
El miedo es la contraseña
Que desbloquea a mi alter ego.
Ese que se enfrenta a mis infiernos,
Que levanta la cabeza,
Que acaba con quien tenga que acabar.
El que saca los dientes
Para evitar que nadie
Me vea vulnerable, franqueable o delicada.
En este momento,
Mi miedo está sentado a mi lado,
Inmóvil, nocivo.
Cada vez queda menos de mí,
Y a punto de ensuciarme las manos con su sangre,
Oigo un susurro
Que también me habla del dolor.
Pero esta vez me aconseja
Que vivir a ciegas,
Solo acabará conmigo.
Y que esa tempestad,
Como un Fénix,
Despertará para atormentar a otra fausta.
Bajo la guardia.
Traigo dos copas
Llenas de un vino que llora.
En el chinchín de mis negocios
Con la más cruda de todas,
Se funde en negro mi sonrisa.