viernes, 21 de agosto de 2015

Porqués

A mí, como al resto de seres humanos con los que comparto la edad, me gustan muchas cosas. Sin embargo, hay una que además me iluminó el corazón desde que empecé a tener uso de razón: el arte. En especial el arte dramático. Si me preguntarais por qué, os diría que no lo sé. Lo que sé es que es lo único que mantengo firmemente desde niña; cada pelea con un familiar, era un drama. Para mí, mi vida siempre ha sido una película constante. Hasta el punto de que cuando mis padres me castigaban sin salir de mi habitación, yo escribía cartas diciéndoles que me iba a suicidar -evidentemente, ni yo pensaba suicidarme, ni mis padres se lo creían. Aún recuerdo una de esas veces, que cogí una pequeña maleta que tenía, la llené con mis prendas de ropa favoritas, salté por la ventana de mi habitación (que es la ventana de una casa de campo) y me bajé al descampado, advirtiendo en una carta, que había decidido irme de casa. Y bueno, sin ir más lejos, este último curso (segundo de Bachillerato), ha sido un año que me ha llenado la espalda de contracturas con tantos trabajos que nos han mandado. Aunque eran esos mismos trabajos, los que me servían de excusa para ponerme delante de la cámara del ordenador y perder el tiempo que debía gastar en escribir mil palabras sobre lo que me pidieran, en grabar un monólogo improvisado hablando -y mayoritariamente interpretando- sobre las pocas ganas que tenía de hacerlo. Por las mañanas, cuando mi hermana y mi madre bajaban al centro a hacer cosas, yo prefería quedarme en casa a limpiar, porque montaba mis propios musicales mientras iba ordenando las cosas. Y no sé por qué lo narro en pasado, si esto sigue pasando a día de hoy. No son exactamente razones, pero es una ínfima parte de mi vida que ha logrado convencerme de que es el arte dramático lo que me llena, lo que quiero y mi camino hacia la felicidad, porque es la forma más natural que tengo de expresarme.

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