martes, 29 de abril de 2014

Marcas

Las cicatrices no sanan, tampoco queda maquillaje en el bote para disimular los golpes, ni dinero en tu bolsillo para renovarlo, ni paciencia en tu ser para seguir soportándolo, ni vida en tu rostro para ocultarlo.
Preparas la comida con ese ingrediente secreto llamado amor y se oye la cerradura de la puerta girar dos veces, el tintineo inconfundible de unas llaves que previamente han rozado tu cara.
Tu ceño se frunce, tu corazón se acelera y revisas rápidamente que no hayas cometido ningún error, motivo del enfado de esa bestia cuyas garras te han marcado tantas veces. A tu parecer todo está bien, confías en que hoy sea un día tranquilo, a pesar de que haya pasado tanto tiempo desde la última vez que el sosiego reinó en ese castillo en el que la falta de valor te mantiene encerrada.

Ya se acerca a la cocina y a medida que avanza tu nerviosismo aumenta. Estúpida, ¿no vas a aprender nunca? ¿Cómo has podido olvidarte de ir a recibir a tu marido? Te sientes inútil, compungida por no haber recordado aquella vez en la que olvidarte de eso supuso la bregadura que hay en el sur de tu espalda. Pero esta vez te va a costar más caro que una simple señal. Más vale que hayas apagado el fuego que cuece el bróculi que humea desde la olla, porque bastante tienes con el que ha empezado en casa. Tus gritos pidiendo auxilio son en vano, tu rostro se va consumiendo entre las llamas de la habitación y el terror se refleja en las ventanas de esa prisión infernal que un día fue tu hogar. La bestia ya se ha ido y a ti te invade la paz. Toda tu pena se convierte en ceniza junto con las paredes que tanto han visto.
Y en tu último aliento, te das las gracias por haberte olvidado de recibir a los ojos de la ira y por haber terminado con el sufrimiento que se volvió rutina hace algún tiempo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No es necesario decir todo lo que se piensa, lo que si es necesario es pensar todo lo que se dice.