martes, 24 de marzo de 2015

Balabras

La furia y la rabia se apoderan de ti. Apuntas y disparas tus palabras a modo de balas con un calibre asesino. Y das en el blanco. Tu orgullo comienza a disiparse al oír el primer sollozo y poco a poco vas bajando el arma que es tu lengua viperina, pero tu desconfianza sostiene el chaleco antibalas que parece ser de acero y es de plástico frágil como tu víctima. 
Intentas arreglarlo sin saber cuánto han traspasado los proyectiles, sin pensar que, aunque saques la munición de su cuerpo, siempre quedarán restos de pólvora que recordarán aquél momento.
Limpias tu armamento y con él rozas el cuerpo y alma de tu mártir que ahora yace sobre la cama ahogándose en suspiros, quebrantando tu interior y despertando tu culpabilidad. Pero te empeñas en advertirle que ya conoces los lugares de su figura donde tus balas perforan más dañina y lentamente, convencido de que has logrado hacerle creer que eres insensible, ignorando que para ello, primero tienes que creértelo tú.

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