miércoles, 16 de octubre de 2013

Relojes

Hoy, como cada día, me he metido en la ducha. Estaba a punto de echarme el champú cuando he caído en la cuenta de que no estabas tú para enjuagarme el pelo. Me han venido a la cabeza esos días en los que desafiábamos a la física y entrábamos los dos en ese plato de ducha que medía apenas un metro cuadrado. He llegado a dudar si mi cara estaba mojada por las gotas que caían del grifo, o por las que caían de mis ojos. Es que me cuesta un poco asimilar que el único rastro que dejaras al huir fuera el de tu recuerdo... Quizá sea por las falsas promesas que me hiciste y que yo, sabiendo que no debía, me creí. Quizá sea por los besos que me diste y que yo, sabiendo que no querías, confundí.
Te prometo que he intentado averiguar por qué quisiste deshacerte de mí, sustituirme, olvidarme... Pero no lo he conseguido. Sigo sin entender en qué momento las pilas de ese reloj al que llamábamos amor dejó de funcionar. O por qué decidiste tú romperlas. Pero qué más da las vueltas que le dé, o las pilas que compre, ningunas harán al reloj volver a ponerse en marcha, porque falta una aguja, y esa aguja eres tú.

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